A veces me gustaría poder tener la capacidad de comprender bien a los que me rodean y sobre todo, tener la firmeza y la seguridad de mostrarles como soy en mi verdadero interior.
Creer, que es verdad que algún día aparecerá alguien que me saque una sonrisa con la cosa más estúpida que se os ocurra.
Me encantaría saber qué decir en los momentos complicados, saber cómo reaccionar cuando me cruzo a un chico que me mira y me sonríe, saber calar a aquellas personas que de verdad quieran conocerme sin jugar con mis sentimientos, aprender que no todos pensamos igual, no todos opinamos ni entendemos la realidad de la misma forma. Aceptar, que aún quedan muchas personas con las que cruzarme y conocer, ilusionarme, y después, darme cuenta de que no nos entendemos.
Que es mejor dejar pasar el tiempo, y cultivar la huella que dejaron en mi, de lo que me enseñaron o me arrebataron. Puesto que, el tiempo todo lo cura.
Confieso, que estoy triste.
Triste por no ser capaz de afrontar la realidad y mostrarle mi mejor sonrisa.
Triste porque tengo diecinueve años y me preocupo por cosas a las que no debería dar importancia, ni siquiera dedicar un segundo. Cosas o personas que no valen nada, porque no me llenan, porque no me transmiten esa esencia especial que yo busco en ellas.
Triste por dejar que la sociedad altere mis ideales, por dejarme pensar que cuántos más amigos tengas más feliz serás. Y no amigos, esa no siempre es la realidad. Ya lo dice el refrán, " mejor solo que mal acompañado". Mejor tener amigos de verdad, y contarlos con los dedos de las manos, que estar rodeado de muchos y saber que no puedes contar realmente con ninguno.
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Y es cierto, puede que muchos días me sienta sola sin vosotras y anhele tener ese grupo con quien compartir sonrisas y aventuras aquí. Pero hasta el día en que os conozca, seré feliz. Disfrutaré de este tiempo, para alejarme de todo lo agobiante, para pensar, para conocerme mejor aún, para subir a la cima más alta, mirar al frente y respirar. Para madurar y crecer, y encontraros en algún momento.
Pero sobre todo, para echarle valor al día a día, aceptar los errores y seguir hacia adelante. Con una inmensa sonrisa con la que os haga feliz.
Pero también confieso, que es bueno tocar fondo de vez en cuando. Entristecerse para valorar lo que de verdad somos y tenemos. Es bueno llorar, digan lo que digan. Desfogarse, alejarse y darse cuenta de lo que las cosas son en verdad. Mucho más sencillas de lo que creemos.
Darnos ese capricho para hacer lo que de verdad nos relaje.
Dicen que las palabras son las armas más poderosas que tenemos. Es pues, cierto.
Yo cuando escribo me identifico, me expreso, como un beso o un abrazo, me desnudo y dejo atrás esa capa postrera trasluciendo esa alegría que me hace ser tan especial. Dejo atrás los prejuicios, y siento la libertad recorriendo mi cuerpo. Es mi magia, es elevar mis sentimientos a un nivel superior, uno en el que puedo gritarlos y llegar a los rincones más profundos del alma.
Es la capacidad de contar mi historia, porque la Historia la escriben los vencedores.
Y acabo mi reflexión concluyendo que la vida hay que vivirla cada instante. Esperando ese amor idílico que nos haga disfrutar siempre de lo bueno y lo malo.
Porque todo ello, nos legitimará.
María Sanjuanbenito Sanagustín