Estaba allí entre las hierbas de los hermosos campos. Cada
fino tallo se movía de izquierda a derecha y sus pequeñas hojas del final se
removían con tanta fuerza que parecía que quisiesen alcanzar algo. También el
sol esta a favor, iluminándonos con sus dóciles rayos de sol. De vez en cuando
venía una fina y suave brisa de aire templado que hacía que me agradaba. El
cielo cubierto por unas finas pero esponjosas nubes, blancas como la nieve,
yacían sobre el césped.
Yo como siempre me encontraba tras las dulces rosas.
Apartada de la perfecta belleza. Yo la única flor que no se encontraba con las
de su especie. Estaba ahí plantada. Con las raíces bien sujetas a la tierra, el tallo recto, firme
y con el mismo color verdoso de siempre, las hojas bien abiertas, mis pétalos rojos como imágenes de corazones, y dentro de mí que
florecen las negras semillas.
Una vez vino un colibrí y me
pregunto que porque no me encontraba con las demás. Sin mucho interés
respondí que no sabía. El colibrí entonces se fue y volvió con muchísimas
bolitas negras que había almacenado en el pico. Las soltó por alrededor mío y
dijo que esperase hasta la mañana siguiente.
Conforme a lo que me dijo, no sabía a que se refería, pero
yo muy cumplidora le seguí. Me dormí y a la mañana siguiente me encontré con
que alrededor mío habían crecido pequeños tallos. Al cabo de dos semanas, se
convirtieron en flores bonitas como yo.
Después de un mes vino el colibrí y me dijo que había traído
esas semillas para que florecieran y vivieran en compañía a mí. Gracias le dije sonriente.
¿Ya sabes que planta soy?
María Sanjanbenito Sanagustín
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